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Una reflexión sobre la pasada campaña electoral

… el espectáculo que hemos habido de soportar durante las pasadas elecciones europeas… Si hubiese de definir con una palabra mi vivencia de estos días, diría que tuve que pasar de la sorpresa a la indignación, para acabar en una profunda tristeza.

Pertenezco a una generación que, por el hecho de haber pasado muchos años bajo el franquismo, suspiraba por la política. Recuerdo la impresión que me hacía en mis tiempos de estudiante en Roma asistir con reiteración a las sucesivas llamadas a las urnas de los ciudadanos italianos. La coyuntura entonces era fascinante para nosotros, mientras en España se iba perfilando el futuro sin Franco, todavía una incógnita. La Iglesia tomaba un papel cada vez más a tono con el evangelio y el Vaticano II. Al menos así lo vivíamos nosotros que nos sentíamos en conexión con las fuerzas sociales deseosas de cambio, y de un cambio sin violencia. En aquel ambiente la política era la mediación fundamental en la construcción del espacio común en donde había de ser posible superar heridas, errores, e injusticias…, todo eso que desde hacía muchos años constituía el drama de las dos Españas. Pablo VI nos había enseñado que la primera dimensión de la evangelización era hacer que las cosas sean lo que pueden y han de ser. Y creo que la mayoría de nosotros lo hemos creído así desde entonces.
Ahora las cosas han cambiado. Son muy diferentes, escuchamos decir una y otra vez. Es cierta sin embargo esta afirmación. Lo es si atendemos a las transformaciones sociales e individuales que las nuevas tecnologías han aportado como una posibilidad de mejora de la calidad de vida. También y en consecuencia, en las maneras de gestionar la cosa pública. Por defectos que tenga nuestra democracia formal, siempre será infinitamente mejor que cualquier otra forma conocida de gobierno.
Pero, por lo que se refiere a los problemas reales de la gente, habría que matizar mucho. No pienso que la realidad que cabe transformar sea diferente en sus núcleos más duros, por mucho que se nos quiera hacer creer lo contrario. Porque el dominio del tener sobre el ser, la opresión de unos sobre otros, la mentira vendida a precio de verdad, las decisiones que pretenden mantener las diferencias, la injusticia, la explotación del tercer mundo, todo eso continua encontrándose en la base de nuestra forma de vivir. Es cierto que han aparecido nuevos problemas y nuevas potencialidades que podrían ayudarnos a resolver estos problemas, pero los núcleos persisten. Y tal vez habríamos de añadir: la banalización constante y programada de la existencia cotidiana que nos ha adormecido de tal manera que ya no somos conscientes de nada. La sociedad líquida, suavemente, dulcemente, con la droga del consumo salvaje, ha sustituido la voluntad de cambio por el abotargamiento. Mientras yo pueda continuar comprando y vendiendo, que ninguno me distraiga del único sentido que resta a la vida. Y que me vengan con historias imposibles, que nos podrían llevar al único lugar que nos da verdaderamente miedo: a los márgenes del mercado, allá donde no somos, porque no podemos ni comprar ni vender.
Evidentemente desde este horizonte, la cosa que si que ha cambiado mucho es la manera de entender y de hacer la política, que cada vez se ha convertido más en aquello que decía un clásico: la forma de hacer el máximo de dinero en el tiempo más corto posible. Cosa que por otra parte, no es exclusiva de la política: todo, todo se estructura en torno al beneficio. La prensa, el deporte, la medicina, de vez en cuando alguna ONG… Aquello que Freud definía como el mal del tiempo, nos parece que hoy se ha definir como la descarnada absolutización del dinero. No digo del “Tener”, con mayúscula, porque me parece demasiado solemne, reliquia de un deseo metafísico de encontrar una esencia en el devenir de las cosas. No. Nuestra cultura del dinero es líquida porque aferrada a lo concreto, incapaz de ir más allá del disfrute momentáneo y a cualquier precio, nada sutil, sin paliativos ni pudor. Ha vuelto opaco al pensamiento, poco acostumbrado a cuestionar aquello que es inconsistente. A la vez, y como efecto colateral, vuelve transparente la vida y hace más irritantes los resultados de los análisis.
Una buena prueba de lo que decíamos y que merece nuestra atención urgente es el espectáculo que hemos habido de soportar durante las pasadas elecciones europeas. Hablo desde Mallorca. Si hubiese de definir con una palabra mi vivencia de estos días, diría que voy a pasar de la sorpresa a la indignación, para acabar en una profunda tristeza. Sustituir la exposición de las propias ideas con tal de llegar a la propuesta, fundamentarla y posibilitar la decisión, se ha convertido en una utopia imposible: provoca solamente sarcasmo. Voy a leer no hace mucho que un importante controlador de cadenas televisivas decía a sus directivos que a la hora de planificar las programaciones pensasen en gente que no tenía estudios. Supongo que no hablaba de memoria: el poderoso tiene a su disposición los medios más que suficientes para no equivocarse en la prospectiva de su negocio, único pecado que resta en la religión líquida. Para llegar a la cuota de audiencia máxima, cabe dirigirse a electroencefalogramas planos, con tal de que continúen planos indefinidamente, y así conseguir el ideal de la actual revolución: la igualdad de todos en la estupidez. Una persona que vive solo de cintura para abajo es una persona infinitamente manipulable. Tal vez por esta razón el proyecto ya no es controlar las cosas para que todo continúe igual, sino que todo el mundo esté contento donde está. Adormecido, que es una de las formas más baratas de estar contento: “quien duerme no peca” como decían los antiguos. Porque en el sueño la conciencia no existe, y no se plantea preguntas políticamente incorrectas.
A pesar de todas estas cosas, que estoy seguro de bien poco servirá decir, la política continua siendo el momento clave de todo aquello que afecta a nuestra convivencia a nuestra manera de gestionar las relaciones sociales. Su importancia no necesita ser explicada. Luchar solo por mantenerse en el poder, mediando el maletín de los billetes, y hacerlo sin ninguna referencia ética, es suicida. Me sorprende mucho que no lo vean los que habrían de verlo. Y que no tomen nota de la abstención, del cansancio de la gente, del desencanto que ha supuesto para muchos de nosotros asistir a aquello que estamos presenciando. Y ninguno dice nada. Porque ninguno puede decir nada, presupuesto que los medios de comunicación de masas se encuentran igualmente encaminados a mantener el sistema. Es muy peligroso jugar con los tópicos, vaciar de sentido la vida de las personas, demonizar todo aquello que no cede fácilmente a la presión de la servidumbre. Y no olvidemos que Hitler va a llegar al poder por medio de unas elecciones libres: votaba un pueblo harto y engañado.
Unos partidos que no tienen otra cosa que decir a los ciudadanos más que aquello que hemos podido ver en los sucesivos videos y carteles electorales callejeros, al menos habrían de saber que son responsables de la tristeza de una sociedad que no merece lo que está padeciendo.

Teodor Suau

Nota del traductor: desde que el PP perdió las últimas elecciones autonómicas han desfilado por los juzgados numerosos cargos públicos populares del ámbito municipal, insular y autonómico. El último en ser imputado ha resultado ser el propio ex presidente autonómico. Ayer mismo se conocía la imputación de la fundadora y presidenta honorífica de UM, que ha gobernado antes con el PP y ahora con la coalición de partidos que liderados por el Partido Socialista gobiernan Baleares.

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